Fernando Pérez Marqués Vida, obra y memoria de un escritor extremeño.

Fernando Pérez Marqués


Nació Fernando Pérez Marqués en San Vicente de Alcántara el 11 de mayo de 1919. Fue en esta villa extremeña de la provincia de Badajoz y obispado de Coria donde recibió instrucción primaria. Su bisabuelo Higinio Marqués había sido administrador de los Bucknall, la mítica firma corchotaponera británica durante los años en que tuvo sede en San Vicente. Y cuando los ingleses trasladaron sus fábricas a Portugal huyendo de la conflictividad laboral española, Higinio estableció un pequeño taller de fabricación de tapones (lo que llamaban un “boliche”). El padre de FPM, don Luis Pérez, fue durante años jefe de la estafeta de Correos y una figura que, por su probidad y rigurosa equidad como servidor público –varias veces acreditada frente a los tejemanejes caciquiles de los poderosos-, llegó a quedar firmemente entrañada en la memoria de sus contemporáneos. Cuando la familia se trasladó a la capital, prosiguió allí sus estudios de bachillerato y más tarde los de maestro. Pero San Vicente no fue borrada de los afectos ni del imaginario del escritor: sus paisajes, sus oficios y sus tipos humanos asomarán a los artículos literarios de FPM. Significativamente, el primer texto suyo publicado se tituló: “Ante el altar de los Caballeros de Alcántara”. Lo envió en 1942 a la sección de noveles de la madrileña revista Tajo, con la sorpresa de que apareció publicado en las páginas de los colaboradores habituales.

Fue aquel el primero de una larga serie de artículos y estampas literarias que iría publicando en las páginas de los periódicos: preferentemente el diario Hoy de Badajoz y el ABC de Madrid. A este género, sin duda efímero y tantas veces considerado menor, orientó la mejor y mayor parte de su producción literaria. Su estilo, sus maestros y quizá también su contextura espiritual, se avenían bien con ésta modalidad literaria. La debilidad de la industria editorial -tanto pública como privada- de aquellos años, hizo también que no fuese alentado en empresas literarias de mayor alcance.

La Guerra Civil le sorprendió en Badajoz cuando no era más que un muchacho, pero le tocó participar en la última fase de la contienda, primero como soldado, más tarde como alférez de complemento. Acabó la guerra y para distraer los obligados ocios cuarteleros, comenzó a cultivar la literatura. En el semanario Ráfagas, que editaba el regimiento Argel nº 27 de guarnición en Cáceres, comenzó el teniente Pérez Marqués a publicar artículos literarios y hasta algún que otro desahogo poético, unos y otros firmados bajo los seudónimos de Juan Soldado o Bachiller Fernán. Cuando finalmente pudo reintegrarse a la vida civil, lo hizo como maestro. En San Vicente fue profesor en prácticas, luego en Santa Marta de los Barros maestro durante una breve etapa truncada por una movilización militar y más tarde en Granja de Torrehermosa. Durante su estancia en Granja desarrolló, un poco por su cuenta y riesgo, un modélico programa de actividades extraescolares y de orientación pedagógica destinada a los padres de los alumnos. Lo uno y lo otro despertó ciertos recelos, aunque también numerosas adhesiones. Cuando en 1948 los escolares celebraron el Día del Árbol plantando un retoño, muchos (unos desde la humillación de la derrota, otros desde la altanería despectiva de la victoria), pensaron en el espíritu pedagógico de otros tiempos. Un espíritu que recordaba inevitablemente a la II República, pero que hundía sus raíces en la tradición institucionalista y regeneracionista del viejo liberalismo decimonónico. Y ese fue sin duda el norte que inspiró los desvelos profesionales de aquel maestro.

Muchos años después, cuando podría haberse borrado el influjo de sus actuaciones, al maestro le seguían enviando muestras de gratitud. Ya en su lecho de muerte, le llegaba la carta de un antiguo alumno que había dedicado una clase a glosar la prosa de un artículo de FPM ante sus alumnos de Literatura Española en la Universidad de San Francisco. El artículo le había llegado en la edición internacional de ABC de manos de otro granjeño culto, José Miguel Santiago Castelo...

En 1953 volvió a Santa Marta, esta vez como maestro titular o propietario. Había contraído allí matrimonio con Celestina González, una mujer inteligente y de gran finura espiritual, con la que compartió las alegrías y desvelos que caben imaginar en una familia de ocho hijos. Y fue en Santa Marta, en el corazón de la Tierra de Barros, donde FPM vivió su etapa de plenitud profesional y en donde desarrolló también lo más genuino de su vocación creadora: investigaciones y ensayos históricos, estampas y artículos literarios. Una literatura deliberadamente inactual, quizá por desafección al medio o tal vez por el aislamiento casi virgiliano en que vivió durante todos estos años. Con todo, concurrió a algunos de los escasos, pintorescos y desasistidos premios literarios de la época (Día del maestro, Vinos de España, Cruzada de protección ocular, Día del Libro, recibido el 23 de abril en la Biblioteca Nacional...).

Pero la literatura no le distrajo de sus obligaciones y quehaceres. Consciente de que la educación no debe limitarse al aprendizaje mecánico de saberes ni a la mera instrucción, intentó siempre despertar el interés de sus alumnos por su entorno y el desarrollo de sus aptitudes y aficiones. De ahí la importancia que le concedió a las actividades extraescolares, supliendo en ocasiones la falta de recursos con imaginación y voluntarismo. Dan fe de todo ello las fotos de los alumnos en la presa romana de “El paredón” o de la visita al teatro de Mérida; las excursiones al campo que fueron dando como fruto una hermosa colección de historia natural, cuidadosamente clasificada y ordenada por los propios alumnos. Alguno de ellos que hoy trabaja en los laboratorios del CSIC, recuerda haber sentido la vocación científica a raíz de aquellas modestas excursiones. De igual modo, un exitoso hombre de teatro ha confesado que su pasión por la escena nació en una de aquellas adaptaciones teatrales de los clásicos que el maestro preparaba para sus alumnos.

El fomento de la lectura entre los jóvenes fue otra de sus preocupaciones. Solicitó para ello del Ministerio una biblioteca circulante. Gracias a ella llegaron a la remota escuela libros de singular atractivo, desde los relatos de Enid Blyton a los maravillosos libros ilustrados que comenzaban a salir de las prensas españolas. Hay alumnos, sin embargo, que recuerdan con especial nitidez el libro de lectura obligatoria, Cuore (Corazón) de Edmundo de Amicis: una lectura que combinaba el sentimentalismo ingenuo y los valores cívicos, con el objeto de inculcar en los niños italianos los principios de la rectitud moral laica y republicana.

De todos estos desvelos obtuvo FPM dos hermosas gratificaciones. Una de ellas, mientras residía en Santa Marta, de la que se sentía especialmente orgulloso: la carta de Azorín agradeciendo la felicitación de los alumnos en su ochenta cumpleaños: “agradezco infinito este jardín de flores tempranas que se me envía: Honra a quien lo cultiva”, decía en ella el viejo maestro. El otro galardón, residiendo ya en Badajoz y tras desempeñar varias comisiones profesionales (director en funciones del grupo escolar San Pedro Alcántara durante su remodelación, Presidente del Centro nº 3 de Colaboración pedagógica de la provincia de Badajoz, director de Faraute . Boletín del Servicio del Magisterio Español, miembro del comité ejecutivo de la Semana de Extremadura en la Escuela, etc.) fue la cruz de Alfonso X El Sabio, la más alta distinción que se concede en el ámbito docente.

Antes de su traslado a Badajoz había dejado también en Santa Marta otra muestra de sus preocupaciones sociales: su eficaz contribución a los difíciles trámites fundacionales de la hoy pujante y modélica cooperativa “Santa Marta Virgen”, en la que fue alternado durante muchos años los cargos de secretario e interventor de cuentas. La contribución de su creatividad literaria a esta meritoria empresa colectiva fue la acuñación del nombre de uno de las gamas de vinos más populares, Blasón del turra, esto es: orgullo y emblema del “turra” (pequeño agricultor, en el léxico de la comarca de Barros).

Nos adentramos ya en la década de los setenta. FPM continuaba ofreciendo a sus lectores los artículos literarios en diario HOY, por aquellos años seriados bajo el epígrafe "Postales de Andar Extremeño", desde los que desentrañaba la "intrahistoria" de nuestros pueblos. Fue entonces cuando bruscamente cambió la orientación de este periódico, dando sus preferencias a un nuevo tipo de contenidos, al tiempo que prescindía cada vez más de sus antiguos colaboradores literarios. Comenzó entonces Pérez Marqués a escasear sus envíos literarios a HOY a la par que se hacían más frecuentes sus colaboraciones en ABC, Revista de Estudios Extremeños, Nuevo Alor y Alor Novísimo. Con la revitalización, a fines de los setenta, del Centro de Estudios Extremeños, de la Diputación de Badajoz, Fernando Pérez Marqués, antiguo vicesecretario de la Institución "Pedro de Valencia", de dicha Corporación Provincial y miembro del Consejo de Redacción de la desaparecida revista Alminar, pasó a ser Secretario de la Revista del Centro de Estudios Extremeños, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento.

Fue también a comienzos de la década pasada cuando se decidió a la publicación de algunos libros. Dio así a la luz Extremadura. cuatro esquinas de atención (Institución "Pedro de Valencia", 1980); El Alcornoque y el Corcho, en colaboración con su hija Mª Celestina Pérez González, por encargo del ICE de la Universidad de Extremadura (Badajoz, 1982); Espejo Literario de Extremadura (Diputación de Badajoz, 1991) y la selección de textos para Reflejos de la Memoria, por encargo de la Presidencia de la Junta de Extremadura, su último trabajo concluso, publicado en 1992.

La muerte sorprendió a Fernando Pérez Marqués el 24 de julio de 1993 cuando tenía en preparación la obra que sobre el Guadiana en la Literatura, le había encomendado la Confederación Hidrográfica, así como una monografía sobre la historia de Santa Marta, con la que deseaba obsequiar a una localidad que por su dedicación a la escuela, a la cooperativa rural, a la investigación de su geografía y su historia y por su fiel y amorosa residencia en ella, había nombrado a Fernando Pérez Marqués su "Hijo Adoptivo"