Las cosas del campo


Como otros muchos escritores (clásicos casi todos, pero también algunos modernos) Pérez Marqués transitó de modo natural del mundo de la letras al de la agricultura.

En su biblioteca hay un precioso compendio dieciochesco de Columela y varios manuales agronómicos modernos. Pero también hay entre sus apuntes varios cuadernos con observaciones empíricas sobre la dentición de las bestias de carga o sobre el modo de atajar las plagas más frecuentes del contorno.

Sin duda, su mirada atendió siempre a esa belleza íntima de "las cosas del campo" que a veces puede quedar oculta o enturbiada por los duros afanes agropecuarios. Pero no todos fueron para él solaces virgilianos. Se empeñó, y en gran medida supo hacerlo, en poner en marcha una desmedrada hacienda, desde hacía años agraviada por la incuria de los aparceros. Sin duda no fue fácil. Pero eran los predios del abuelo de sus hijos, los olivares y senaras que labraron los abuelos del abuelo de sus hijos. Y volvió a darles vida. Primero con el abnegado esfuerzo de un viejo empleado de la casa: el Abuelito, un hombre de pelo cano que cada mañana aparejaba una mula blanca y salía al campo entre el estruendo de los tractores y las burlas de los ociosos. No lo conseguirán. Pero lo lograron. Muchos años después, cuando el abuelito se hundía en su lecho de muerte, le pidió : "Don Fernando, tráigame un botella del vino de aquella viña que plantamos juntos."

Al cierre de los años cincuenta, comenzó a vislumbrarse el nuevo destino de las labores agrícolas: o se racionalizaban y adquirían una organización empresarial o sucumbían. Y fue así como varios agricultores santamartenses concibieron la necesidad de aunar esfuerzos. Con una carpeta de cartón azul y grandes dosis de entusiasmo y sentido común, fueron levantando las bases de lo que hoy es la próspera Cooperativa agrícola Santa Marta Virgen, en la que habría de alternar durante largos años los cargos electos de secretario e interventor de cuentas. Y fue precisamente su sensibilidad literaria la que concibió para los vinos de la localidad la rotunda denominación Blasón del Turra, a fin de que el pequeño campesino (denominado “turra” en la zona) sintiera el fruto de su honesta labor como su orgullo y su “blasón”.