UN SABORCILLO VIRGILIANO

Diario  HOY, 20 de Noviembre de 1969

Yo  tengo que comenzar estas líneas evocando un niño remoto, lejano en el tiempo, y cuya personalidad se nos escapa y esfuma entre las vaguedades del recuerdo. Vive este niño en una ancha, en una profunda, en una inmensa casona  de pueblo. Tiene esta casa, allá en los más hondo, un ancho espacio abierto, en que hay un patiecillo con macetas, un corral con una halduda y pomposa higuera bajo la cual picotean nerviosamente las gallinas, y un pequeño jardín. hacen sombra en gran parte del jardín un emparrado y varios melocotoneros; acá y allá los rosales, las bignonias con sus grandes flores encarnadas, las glicinas y sus flores violáceas, arracimadas, las orquídeas, los geranios multicolores y las tresas, delicadísimas y  hermosas camelias ponen un punto de suave encanto con su ternura y su eclosión primaveral. Al niño le place mucho estar en este jardín; horas y horas pasa en su recinto. Hasta él llegan, en las inefables tardes de la primavera, y en los lentos y ardientes atardeceres de estío, el rumor sordo de la calle, los gritos agudos de los muchachos la salmodia dulce y nostálgica de las niñas  que en la plazoleta cercana entonan sus canciones de corro; empero, nada de ello le estimula y mueve para sumarse a la vorágine infantil que afuera alborota y disfruta con sus juegos. Existe algo que le mantiene atareado, entretenido, absorto en el jardín; a veces, para que abandone la faena, es preciso que se abra una ventana en el piso principal y la voz de uno de sus mayores le reclame. 

Y - pensaréis vosotros - ¿qué hace, en qué se ocupa ese niño horas y horas?. Yo os lo diré. Cada uno tiene sus gustos, sus aficiones, y a éstos dedica sus ratos de ocio; hay quién posee copias de herramientas y hace obras de carpintería, de marquetería, de mecánica; manejan otros los pinceles y elaboran en sus horas libres acuarelas y lienzos estimables, como otros construyen bergantines de madera, castillitos de corcho, pajaritas de papel, o esculpen, graban, cantan o tañen, esto es, ejercitan eso que ahora se llama "hobby". De todos ellos quizás sea la pintura la distracción que tenga más adeptos o al menos de la que se pueden señalar cultivadores más ilustres; Pérez Galdós y don Antonio Maura, por ejemplo, fueron excelentes paisajistas. La afición que el notable político y tribuno conservador sentía por la pintura era tanta, que en la misma mañana de su muerte - 13 de diciembre de 1925- había estado tomando una panorámica de la sierra de la finca del Conde de las Almenas. Otros políticos de talla, extranjeros ahora, como Churchill, Eden, Eisenhower, encontraron también distracción para sus preocupaciones de gobernantes en el inefable mundo del arte pictórico.

Mas el niño - tornareis a pensar vosotros - ¿en qué distraía este niño sus horas de asueto?. Ahora la diré : el niño cultivaba un huerto. En un rinconcito del jardín había acotado su parcela; en paciente y penoso arreo, había delimitado con un minúsculo muro de piedra el ámbito necesario, y cavaba, rastrillaba, quitaba las pedrezuelas, las hierbas adventicias hasta quedar el terruño suelto y tierno como un vellón. Allí trazaba los tablares, los apartadijos, y efectuaba la siembra de cereales, de legumbres, de hortalizas; día tras día acechaba la nacencia, el proceso de crecimiento, de floración y de fruto de sus cultivos. Amorrillaba estas plantas, rodrigaba aquells otras. Pero no siempre coronaba el éxito de sus tareas, y entonces experimentaba una íntima, una profunda decepción, como la que sienten los campesinos cuando ven malogrado sus afanes y sudores; otras veces -¿y porqué no decirlo?- saboreaba las mieles del triunfo. Si, hemos dicho saboreaba las mieles del triunfo. El niño -no os sonriáis, los niños tienen a veces cosas ingenuas e inefables- se empecinaba en comer, por ejemplo, las cinco o seis habichuelas verdes que recolectaba a diario en su huertecito, y entonces su madre -ya sabéis, las madres son los seres más comprensivos y complacientes que existen - tenía que atarlas con un hilito para distinguirlas de sus congéneres del cocido.

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Fernando Pérez Marqués