DEFENSA DEL ACERVO HISTÓRICO

DEFENSA DEL ACERVO HISTÓRICO
Diario  ABC el 31 de Julio de 1979

De cuando en cuando la Prensa da cuenta de que aquí o allá, entre las oquedades de las montañas o arropada por espesa capa de tierra, la buenaventura de alguien encuentra alguna huella de pasadas y remotas civilizaciones. En nuestro país, tan rico en  aluviones de gentes diversas, dispares, esto es frecuente, Y más lo podría ser sí hubiera una preparación adecuada del pueblo, cuyo espejismo ante la idea del "tesoro escondido",  unas veces, o la ignorancia supina del hallazgo arqueológico, otras, malogra multitud de apariciones maravillosas e interesantes para el estudio del pretérito. Del pretérito, cuyo perfil, si se ha de dibujar con trazo firme y seguro, ha de acudir a estos objetos aflorados a la moderna contemplación. Un dibujo rupestre, un monumento megalítico, un objeto de talo cual materia elemental -piedra, barro, metal-, un asentamiento determinado, son puntos de referencia de incalculable valor para sentar un concepto claro, rotundo, o establecer una hipótesis de base científica. De este modo se ha cimentado, a través de las agudas mentes que supieron interpretar sus recónditos sentidos, esa difusa ciencia prehistórica, cuyos predios acaso están menos deslindados por la falta de cooperación prestada a los hombres que dedican su esfuerzo a esclarecer el arcano de lo que tuvo vivencia en la tierra.

Pero no es tarde todavía. No se han agotado las posibilidades de nuevas investigaciones. En numerosas zonas de España quedan soterrados fondos inéditos. estratos de cultura que fueron. No cabe duda de que el hado protector  que ha venido conservando todo ese acervo de nobles piedras arqueológicas sigue  guardando amorosísimamente. quién sabe bajo cuál tierra labrantía, en  la entraña de qué mórbida colina empenachada de  árboles o en las oscuras galerías de cualquier  caverna espeleológicamente ignorada, la sorpresa de unos datos protohistóricos que se ofrecerán el día menos pensado a la curiosidad de los estudiosos. Y si en el hallazgo hipotético se tiene la suerte de que sea hecho por persona consciente del caso, tendremos noticias del mismo; pero si la aparición acaece ante persona de espíritu cazurro o, peor aún, de sórdida ambición, entonces la destrucción ignorante o maliciosa echará el velo que cubre tanto legado histórico.

Nos encontramos, pues, aquí, ante un problema de cultura,  ante la necesidad de crear en los individuos una mentalidad favorable a 1a integridad del patrimonio histórico, documental, artístico, de la nación. Es necesario que cuando el labriego levante con la reja del arado algún vaso o ánfora de arcaica cerámica; que cuando el pastor halle entre las breñas y canchales, acaso pétreo dosel  de lítico monumento, especiales objetos de piedra, utensilios de bronce, de hueso, de marfil; que cuando el cazador o el curioso perciba enigmáticas señales en las aguanosas paredes rocosas de los espacios cavernosos que ose explorar, y 'hasta que cuando el amanuense municipal revuelva en los apolillados legajos del Concejo o el sacristán en los recovecos de la parroquia, sepan que ponen sus manos en el sagrado tesoro de la Historia; sepan que en aquella "cuenta de fábrica", que en aquella "carta puebla", en aquel sílex, en aquel cacharro de arcilla, está el germen, el latido lejano, primigenio, de nuestra civilización, y que gracias a esas cosas orinientas y húmedas han sido posible estas otras que hoy nos sonríen con su ufana modernidad.

Cada pueblo, empero, debería velar por su pretérito; debería exhibir como nobles ejecutorias todo cuanto hable de su pasado,  del pasado que duerme en los plúteos polvorientos de los archivos,  en la dulce pátina de las piedras armeras, en los sillares del castillo, bajo las laudas borrosas de las iglesias. ¡Qué ideal si cada  población tuviese -¿y por qué no?- un pequeño museo local, una como vitrina familiar, estuche de caros recuerdos! Allí los resplandores tenues, pálidos, de! espíritu de otros tiempos mostrando sus ideales,  sus ilusiones, sus esperanzas; allí ,los rancios y estimables documentos proclamando, acaso, el título de villazgo o la concesión de algún fuero; allí las piezas arqueológicas esparcidas en el término municipal, o la  colección numismática, o  los escudos heráldicos arriados de los viejos muros cuando se derriban o reforman las casonas hidalgas; allí artísticas fotografías de los monumentos antiguos, de los edificios  notables, de las casitas típicas, de los primeros retablos; allí, en fin, una completa bibliografía cantando las tradiciones, las vidas ilustres, los hechos memorables del lugar. Despertaríase así el sentimiento histórico de  la gente y sería no sólo un medio de comprender las edades pretéritas sino de proteger el acervo histórico.

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Fernando Pérez Marqués